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MI VIAJE A TÚNEZ
Cuando cumplí los veinte ya estaba harta de todo y de todos.
Sólo pensaba en irme; y por eso en cuanto se me presentó la
oportunidad, me largué.
Paseaba por las calles de mi ciudad, asqueada como siempre, lo tengo
todo tan…visto, cuando de repente vi el cartel, uno de tantos, pero este me
llamó la atención, tal vez fuese el destino, me gusta creer en esas cosas, o
tal vez me fijase en las enormes letras que decían: ÁFRICA. Caray, África…suena
diferente a todo lo que estoy acostumbrada. Arranqué el papel y en casa me paré
a leerlo detenidamente, no era ostentoso, ni habían usado miles de colores
llamativos, pero ahí estaba, y yo al mirarlo soñaba con lugares y personas
diferentes; aventuras, eso es lo que necesito.
Por eso no me costó nada decidirme, al día siguiente ya tenía una
bolsa de equipaje y estaba en el aeropuerto comprando un billete de ida a
Túnez.
Por supuesto no sabía dónde me estaba metiendo, ni había preparado
nada especial, ni buscado ningún tipo de alojamiento, improvisaría sobre la
marcha.
Era tarde, al llegar, me sorprendí a mí misma no sorprendiéndome nada,
este aeropuerto es igual al que he dejado atrás, ¿por qué me esperaba algo
diferente?...bueno, sí, hay algo que no me cuadra del todo, ¿y las mujeres?,
tendré que acostumbrarme, no es la misma cultura.
Me dirigí a una ventanilla sobre la que estaba escrita la palabra:
cambios; necesito dinares si quiero moverme por aquí.
Al salir a la calle para buscar un taxi…que decepción, Túnez capital
me recuerda a Salou…
El taxista me llevó a un hotel que él mismo decidió, y otra decepción,
está atestado de gente de la que quería escapar, cientos de turistas con cara
de lelos, que cuando se van de vacaciones les da por cambiar su indumentaria
mezclando las cosas que llevan habitualmente con lo que compran en las tiendas
o los puestos locales.
Me digo a mi misma que será solo hasta que conozca un poco el lugar.
A la mañana siguiente me fui de paseo, nada más salir por la puerta vi
la playa, prácticamente vacía y por la cuidad, comercios aquí, mercadillos,
allá…yo sólo quiero conocer gente interesante.
Me metí en un mercado abarrotado de artículos de todo tipo, y en un
pequeño puesto de preciosos pañuelos había un tendero de lo más agradable. Era
un hombre de mediana edad que dijo que se llamaba Abdul, y pasé mucho tiempo
hablando con él. Le conté mi historia y por qué había ido una mujer joven y
sola hasta Túnez. Después de confirmarme que en la capital no me perdía gran
cosa, me dijo que tenía un hijo de más o menos mi edad que seguro estaría
dispuesto a enseñarme algunos lugares interesantes por un precio menor al que
ofertaban los panfletos que hay en la recepción del hotel. Me pareció una gran
idea porque quería ver cosas, y concertamos una cita para la mañana siguiente,
su hijo vendría a buscarme al hotel a las 8:30h, Abdul se encargaría de
describirle mi aspecto y me dio un pequeño broche con forma de araña en el que
había incrustada una piedrecita azul muy brillante, para que me lo pusiese y
así su hijo me reconociese más fácilmente. Nos despedimos con un fuerte abrazo,
da gusto conocer a personas tan agradables.
A la mañana siguiente yo estaba puntual en la recepción, con mi broche
azul, y entonces se me acercó un joven con una gran sonrisa pintada en la cara.
- - Soy Hisham, el hijo de Abdul, pero puedes
llamarme Hish. Yo seré tu guía -.
No me esperaba para nada alguien como él, parece emocionado, sus
enormes ojos negros brillan bajo los fluorescentes.
Para qué engañarnos, me fascinó desde el principio.
Hish tenía un viejísimo todoterreno, de hecho, me sorprendió que
funcionase, tenía un aspecto lamentable, pero el entusiasmo de mi guía era de
lo más contagioso, y tras un largo viaje en el que hablamos de nuestras cosas,
me encontré a mi misma contemplando un desierto, un maldito desierto…era como
si lo estuviese soñando todo, en fin, la gente normal como yo sólo ve este tipo
de lugares por televisión. Era sobrecogedor. De repente me sentí pequeña, e
instintivamente alargué mi mano hacia mi cuello, de donde pendía un colgante
con forma de un pequeño silbato de plata que me regaló mi madre cuando era
pequeña, diciéndome que si alguna vez me perdía lo hiciera sonar, ¿qué
tontería, no?
Pasamos bastante tiempo recorriendo lo que calculé sería una
pequeñísima parte de aquel lugar cuando de repente vimos unos hombres a lo
lejos con unos cuantos dromedarios; y yo que pensaba que esto solo pasaba en
las pelis…
Eran unos bereberes con los que Hish se puso a hablar en árabe, por lo
que no me enteré de nada ya que nosotros nos comunicábamos en francés, pero al
cabo de unos veinte minutos, yo estaba subida a la joroba de uno de los
dromedarios paseándome por medio de la nada, era simplemente genial.
La pequeña caravana que habíamos formado se detuvo en un oasis para
que los animales bebiesen agua. Allí había multitud de piedras lisas y blancas
que llamaron mi atención, por lo que guardé una redondeada en mi bolsa.
Seguimos el paseo y volvimos a nuestro coche, de vuelta al hotel, pero
con una promesa de más cosas nuevas al día siguiente.
Hish me sorprendió llevándome por la ciudad, a una pequeña tienda que
por fuera no habría sabido adivinar de qué era. Resultó ser una tetería, y al
entrar me llamó la atención toda la gente que había sentada en unos cojines
circulares muy cerca del suelo y en torno a pequeñas mesitas circulares también,
todos fumaban…había cachimbas de todos los colores y tamaños, con más o menos
tubos.
Fuimos a una mesa como las demás y Hisham pidió por los dos. El
camarero trajo dos tés, y por lo que probé, el mío era de almendras, estaba
delicioso. También nos ofreció unas pastillas de carbón que Hish expertamente
colocó en la cachimba que teníamos entre los dos. Yo nunca había probado a
fumar en un chisme de estos, asique me dio la tos y sentí como mi garganta se
irritaba por momentos, pero el regusto que dejaba el tabaco era dulce y
agradable.
Al salir me encontraba un tanto mareada, y los fuertes olores a
especias y tabaco no ayudaban demasiado pero estaba contenta, estaba haciendo
lo que quería, cosas nuevas que no había probado y me estaba divirtiendo.
Volvimos al mercado en el que conocí al padre de Hish, y allí seguía
el viejo Abdul vendiendo sus pañuelos. Fui a devolverle el broche que me había
prestado, pero negó con las manos, diciendo que era un amuleto que me ayudaría
el resto de mi vida, para que nunca me sintiese como antes de venir a Túnez.
Muy agradecida y emocionada me despedí de él, puesto que pronto tendría que
volver a casa.
Nos montamos en el coche y Hish me dijo que me llevaría a conocer el
pueblo en el que vivía pero primero pasamos por el hotel para recoger mis
cosas. Dejé las llaves al recepcionista y volvimos a la carretera. Estaba
francamente agotada por lo que me quedé dormida en el trayecto y cuando
desperté, vi al frente un pequeño pueblecito de casas blancas de baja estatura,
con ventanas y puertas coloreadas de azul, era realmente bonito…Medina, un
lugar humilde, el hogar de Hish.
Fuimos a su casa, sencilla, con pocas cosas, pero ante todo acogedora,
había velas por todas partes colocadas algunas en el suelo, otras en porta-velas
decorados con las más elaboradas filigranas. Concretamente llamó mi atención
uno de cristal verde que tenía un enrejado de flores plateadas.
Pasamos la noche hablando, ninguno de los dos quería dormir, al día
siguiente me marcharía, y queríamos aprovechar mis últimas horas en el
continente.
Inevitablemente nos quedamos dormidos, el uno junto al otro y al
despertar, temprano nos fuimos de vuelta al aeropuerto.
La despedida fue mucho más emotiva de lo que me habría podido
imaginar, no quería irme, y dos lágrimas resbalaron por mis mejillas, Hish las
recogió con los dedos y luego depositó un suave beso en mis labios.
Cuando subí al avión me encontraba bastante mareada, un mar de
emociones me recorría por dentro, había sido un viaje maravilloso, había hecho
muchas cosas y lo había conocido a él, asique estaba triste por tener que irme
y contenta por todas las experiencias que me llevaba de vuelta conmigo.
Abrí mi bolsa para sacar el reproductor de música y dentro estaba el
precioso porta-velas verde que tanto me había gustado…Hish debió de darse
cuenta cuando lo miraba, pensé en lo mucho que lo iba a echar de menos, y tenía razón. Aún hoy después de
dos años me acuerdo del joven y moreno chico de ojos negros y de las cosas que
pasamos juntos.
Quién sabe si algún día lo volveré a ver.
Relato visual:
Autocrítica:
Creí que lo más apropiado para un relato visual era una foto; como se suele decir, a veces una imagen vale más que mil palabras. Por eso me pareció una forma estupenda de representar mi historia.
Es un relato bastante elaborado, y con una mezcla importante de contenidos reales y ficticios, ambientado en el presente y contado desde la primera persona, osea que realmente es autobiográfico y por esa razón, la fotografía es también un autorretrato.
Escogí esos elementos porque todos ellos tienen un significado especial para mí, y al pensar en qué podría contar se me ocurrió hacer algo que transcurriese en torno a la cultura Árabe, puesto que dos de los objetos que elegí están directamente relacionados con ella, y los demás los fui entrelazando a medida que la historia cobraba sentido.
Una vez leída la historia, te das realmente cuenta de que la fotografía tiene gran significado, y que no hace falta mucho más para expresar algo tan complejo.
No sé si es algo que todo el mundo entenderá, pero en mi opinión la imagen está clara, y el significado está en la mirada, fija en el frente, cuenta mucho más de lo que parece.